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Las andanzas de mi esposa

La separación temporal de un matrimonio hace que la esposa de nuestro protagonista se abandone al placer que le ofrece su jefe, confesándole, mucho tiempo después, el gozo adquirido. Como recordarán en uno de mis relatos anteriores les comenté que me he casado tres veces, dos de ellas con la misma mujer que es mi actual esposa, la misma del relato y video Un juguete nuevo, que ustedes leyeron y vieron. Resulta que durante el tiempo que estuvimos separados, unos dos años, ella nunca dejó de perseguirme; en cierta forma, me hacía la vida imposible, pero a la vez se mantenía muy tranquila en su casa, bueno aparentemente; todo esto, más los constantes reclamos de mis hijas, que no querían saber de la esposa que tenía en ese tiempo, me hicieron reflexionar y busqué un motivo para separarme y volver con mi primera familia, que es donde actualmente vivo, bueno éste es mi rollo. Después del relato Un juguete nuevo, nosotros nos hemos vuelto más comunicativos y más abiertos, en cierto modo, más liberales, ya que los constantes e-mails que hemos recibido felicitándonos realmente nos han hecho mucho bien. En este sentido, una mañana, después de una buena dosis de sexo, comenzamos a charlar sobre un intercambio de parejas que estamos planificando; después de ponernos de acuerdo, se me ocurrió hacerle una pregunta que siempre me había inquietado. -Durante el tiempo en el cual estuvimos separados ¿tú saliste con otro hombre? -dije con voz temblorosa. No quería ofenderla y tenía la absoluta seguridad de que ese cuerpo sólo lo había poseído yo. -Eso es personal -me dijo, dándome la espalda. Yo insistí, exponiendo todos los argumentos que me vinieron a la mente en ese momento, recordándole que si íbamos a un intercambio de parejas, necesariamente iba a participar otro hombre y que no me importaba. Ella lo pensó mucho y pareció convencida, pero puso una última resistencia. -¿Tú no estás preparado para eso todavía? -me dijo poniendo tensión en el ambiente. Sentía un nudo en la garganta, sólo quería oír que ella nunca había follado con otro hombre, pero al parecer algo había pasado. Ella seguía pensativa a mi lado, mientras yo ansioso esperaba una respuesta. -Sí -dijo de pronto-, dos veces. Yo sentí como si un millón de agujas pincharan mi cuerpo todas juntas, un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, mi primer impulso fue empujarla de mi lado, pero me contuve y respiré profundamente, guardando silencio. Ella también estuvo callada durante un lago rato; de pronto, siguió hablando. -Te lo dije, te dije que me estaba enamorando y que si tú no volvías a mi lado me iba a casar con mi jefe. Guardó silencio por un momento y prosiguió hablando, haciendo una pausa más larga de lo común. Yo no hablaba, para ser sincero, la voz no me salía. - Él me enamoró, yo sola me fui enamorando de él, hasta que un día me propuso salir y acepté, y no me arrepiento. Salimos esa vez y una vez más. Dijo todo esto de un solo esfuerzo de voz, haciendo más grande el nudo que me ahogaba, y luego volvió a guardar silencio. Pasamos un tiempo en silencio. Después de hacer cientos de muecas, buscando palabras que no me salían, logré decirle: -Dime los detalles. -No estas preparado -volvió a repetir. -Si no lo estuviese ya no estaría aquí, pues acabas de decirme que has follado con otro hombre. Esto pareció convencerla y casi enseguida comenzó a hablar. -Bueno, un día al salir de trabajo él me invitó a almorzar. Después de la comida hablamos mucho y nos tomamos una copa de vino. Como era un restaurante de estos elegantes y formales no podíamos más que tocarnos las manos. Esta limitación contribuyó a aumentar el morbo entre nosotros, así que cuando nos despedimos yo estaba loca por hacerlo y él también. A la media hora de llegar a su casa, él me llamó y me preguntó si podíamos vernos esa noche, no lo pensé ni por un momento, estaba muy caliente. Coordinamos y él pasó a recogerme a las siete de la tarde. -¿Adónde fuisteis?- dije para hacerle más fácil su confesión. -A los moteles que están al final de la avenida. Llegamos como en 15 minutos, luego él pidió una cerveza, la cual sólo pudimos probar, pues el deseo era muy intenso entre nosotros. Él me paró para bailar, pegamos nuestros cuerpos, y al compás de la música comenzamos a movernos, rozándonos suavemente. Luego él me besó y comenzó a quitarme la ropa suavemente, una por una. Besaba cada parte que desnudaba de mí, consiguiendo, con todo esto, calentarme cada vez más y tú sabes cómo me mojo. Cuando quitó mi vestido quedé cubierta sólo con un babydoll de seda, que tenía guardado para la ocasión. Sin sacar mis senos comenzó a besarlos por encima de la seda, desabrochó el sujetador y lo bajó hasta mi ombligo, en ese momento acabó la música, pero seguimos bailando hasta que él soltó la tela y cayó a mis pies. Quedé sólo con un tanguita diminuto y transparente, que no cubría nada. Él estaba arrodillado justo frente a mi coño, yo con los ojos cerrados podía ver, más que sentir, todo lo que pasaba. Como si probara algo caliente comenzó rozando los jugos que salían por mi tanguita, por arriba de él, esto me desesperaba, ¡yo quería sentirlo ya!. Él no tenía prisa. Me empujó hacia la cama y me sentó. Apartando mi tanga, comenzó a lamer con intensidad mi parte íntima, sentía cómo su lengua me limpiaba, sacando abundantes flujos de mi interior, hasta que, sin poder más, me llegó un orgasmo, lo hice en silencio. Iba a preguntarle otra cosa, pero ella me tapó los labios con un dedo -señal de guardar silencio-, cerró los ojos y siguió hablando. -Subimos a la cama. Justo en el centro de una inmensa cama de forma circular, rodeada de espejos, incluso en el techo, él se dispuso a penetrarme, pero yo no lo quería ahora. Le hice acostarse boca arriba y comencé a devolverle el favor, fui besando cada rincón de su cuerpo hasta que llegué a su palo. Aunque de un tamaño normal, estaba bien duro, parecía más grande de lo común. Comencé besando la cabeza de su verga, chapándola como a esas paletas redondas que se le dan a los niños, acumulando mucha saliva sobre ella, y de un solo chupón me la tragué toda, dejándola suspendida en el interior de mi garganta. Luego la saqué lentamente consiguiendo oír un suspiro suyo, muestra de que le gustó, por lo que volví a repetir la acción con los mismos resultados. Mientras él acariciaba mis cabellos, fui dando la vuelta y me puse de lado para chuparle sus bolas, pero él interpretó que yo quería hacer un 69 y, aunque no era el propósito, me agradó sentir su aliento caliente en mi concha. Me lamía con mucho cuidado, golpeando con su lengua el abultamiento que tengo en la parte alta de mi concha. Podía sentir cómo se me inundaba, por un momento perdí la concentración en lo que hacía y me entregué al placer, un placer que sentía con aquella boca caliente que me succionaba, pero me quité, sentí que se avecinaba un orgasmo de esos que tú conoces, esos que me hacen gritar como loca. Me acosté boca arriba y abrí mis piernas, estaba lista para recibirlo, y él listo para follarme más, pero antes me quitó el tanga y lo puso a mi lado, se hincó justo detrás de mi trasero y sobó su verga por mi concha mojada. Me gustó aquello, pero fue breve, pues él encontró, en la parte baja de la concha, mi húmeda caverna y ayudado por su mano metió parte de su tranca. Comenzó a bombear muy despacito, como si temiese hacerme daño, como cuando tú me hiciste mujer, la diferencia es que ahora yo estaba deseando la penetración, pero él seguía lentamente penetrándome, poco a poco, y cada vez más profundo, hasta que sintió que me lo había entrado todo, se recostó sobre mi vientre y bombeó. Pero casi enseguida comenzó a gemir y llenó mi concha de semen, quedando rendido sobre mí. No te niego que me decepcioné, aunque luego lo entendí. Ella hizo una pausa larga, tanto que me hizo pensar que había terminado todo el relato, guardé silencio igual que ella, permanecí con los ojos cerrados. Aquello que me había confesado me estaba doliendo mucho. Hacía un esfuerzo sobrehumano por superarlo, por hacerme ver que no me importaba, pero no era así, temí que en cualquier momento estallaría de rabia y le gritaría, pero no lo hice, hasta que la voz de ella me sacó del limbo. -Él me pidió excusas -dijo con voz queda-, me dijo que yo lo excitaba mucho y que al sentir la tibieza de mi sexo no pudo contenerse. Así que comenzó nuevamente a acariciar mi monte de Venus y se colocó sobre mí, yo me había enfriado un poco, pero tú sabes cómo me caliento, él tuvo una segunda erección, no como la primera, pero suficiente para que me penetrara, y comenzó a culearme, duró unos tres minutos, suficiente para que yo me inundara otra vez. Además el semen que él me había tirado rodaba por mi culo, así que me puse sobre él y comencé a cabalgar, le vi constreñir su rostro tratando de aguantar y no quise esperar más, pues sabía que él, en cualquier momento, terminaría y me dejaría a medias, es por eso que cabalgué cada vez más fuerte, me olvidé de los gritos que él daba y logré tener mi orgasmo felizmente. Vino otra pausa larga, la cual interrumpió ella nuevamente. - Regresamos a casa y a la semana siguiente salimos otra vez, fue más o menos igual, luego hablamos claro y terminó todo. Dejamos eso ahí, pasó un tiempo y tú volviste a reconciliarte conmigo y no he vuelto a mirar a ese hombre ni a ningún otro. Yo no hablaba. Ustedes, hombres como yo, sabrán lo que duele una confesión como ésta, uno siente que se le cae el mundo encima, que bajo tus pies se abre un abismo y te traga, pero lo soporté estoicamente y ella volvió a interrumpir. -¿Ya no soy la misma para ti?. ¿En que ha cambiado tu visión? -me dijo sin mirarme, pero inquiriendo una repuesta. Me moví como un león herido en su lecho de muerte, me senté en la cama y le di la espalda. Ella pudo percibir que algo malo pasaba y me hizo volverme hacia ella, enfrentarla. -¿Qué pasa? -Nada -dije. Evidentemente que mentí, ella pudo percibirlo, mis ojos, mi voz, mis gestos no mentían, aunque las palabras sí. -¿Me odias? -dijo casi llorando. Esta última palabra me hizo reflexionar un poco, pues es evidente que no la odio, sólo estaba muy herido en mi orgullo, pero es evidente que ella tenía todo el derecho para hacer lo que hizo. Mas yo no le perdonaba, y no le he perdonado, que me hubiese hecho creer que sólo yo había sido amo y señor de su coño, pero no la odio. Traté de cambiar mi rostro, acaricié su vientre sobre el ombligo, buscando en su piel la tibieza de aquella mujer ingenua que yo conocí, que llevé hasta el altar, a la que juré amor y fidelidad para siempre ante Dios y los hombres. -No, no te odio, lo único que ocurre es que yo creí que tú sólo habías sido mía. Pensé que el sabor de tus excreciones sólo lo sabía yo, que esos labios no habían sido profanados por nadie -dije esto y volví a guardar silencio. -En qué he cambiado para ti -me inquirió de nuevo. -No, en nada, es más me alegro que haya pasado, pues tenías todo el derecho de hacerlo -le dije de la manera más convincente que pude. Pero es lógico que estaba siendo hipócrita, tanto como podía. Ella comenzó a acariciarme con una mano y con la otra se tocaba su concha. No lo deseaba, mi corazón no estaba para eso, pero no quería hacerla sentir mal; así que me puse un poco positivo, respondí las caricias y mi verga respondió con una erección, ella parecía que con su relato se había calentado mucho y en pocos momentos tuvo un orgasmo. Esto me hizo enfurecer, le agarré por las caderas, le acosté boca arriba y de una sola estocada le penetré hasta las bolas y le follé, descargando toda la rabia e ira que había en mí. Sentí cómo acababa una y otra vez y seguía dándole con rabia, en otras circunstancias ella me hubiera mandado parar, pero en cierta forma ella era cómplice y sabía que estaba mitigando mi sed. Por eso ella respondía con la misma violencia, se acariciaba el clítoris de una forma salvaje y los orgasmos venían uno tras otro, hasta que sentí que me desmayaba, pero seguí dándole, aun cuando estaba indefensa, y me llegó la hora. Me salió un rugido de león, saqué mi verga tirando semen sobre el cuerpo de ella, por la cama, colchón, piso, lo llené todo, es como si quisiese ensuciarla, verla sucia, dañar la imagen de mujer seria que tenía de ella, de hecho cuando eyaculaba le gritaba ¡puta, zorra!, ¡perdida!... y cuantos improperios más me salieron. Luego le miré y vi que de su concha salía un poco de sangre, le desperté y fuimos al baño. Nos dimos un buen baño y salimos de viaje hacia la casa que tenemos en el campo. Hemos tenido sexo dos veces más después de eso, pero sin volver a tocar el asunto. Bueno, ahora quiero confesaros que estoy muy confundido, no sé si separarme, una vez más, de ella o simplemente enterrar el asunto. El hecho es que a cada momento me asalta este pensamiento y no me deja tranquilo, incluso ya en ocasiones la he rechazado, pensando en todo lo que hizo sin contármelo. Estoy sumamente confundido y temo por mi relación con ella, pues me conozco bien. Si has tenido la paciencia de llegar hasta este punto, quiero pedirte que, por favor, me hagas llegar un consejo sobre qué hacer en este caso. Créeme, tu opinión podrá ser determinante para mi futuro y el de ella como pareja, muchas veces te he calentado con mi relato, ahora yo necesito tu ayuda. EL LLANERO